El Yom Hashoah marca el aniversario del levantamiento de los prisioneros judíos del gueto de Varsovia que ocurrió el día 27 de nisán según el calendario judío. La fecha, como el calendario hebreo es lunar, cambia en el calendario cristiano cada año. Y este año se celebra el día 8 de abril. En este día se conmemora a las víctimas de la Shoá en el mundo entero. Las ceremonias conmemorativas son muy diversas, pero suelen constar de oraciones para los difuntos, se encienden velas y, sobre todo, se leen los nombres de las víctimas del holocausto.
Cuando visité el Yad Vashem, es decir, el Museo del Holocausto en Jerusalén, hubo algo que me sorprendió. Yo había visitado con anterioridad el terrorífico complejo de campos de Auschwitz-Birkenau en Polonia, y otros muchos como el de Majdanek, también en Polonia o el de Dachau, en Alemania, cerca de Munich. En todos los casos, la enormidad de la Shoá me había resultado un concepto repugnante y horrible a nivel intelectual; pero no había sido capaz de asumirlo, de sentirlo haciéndolo mio. No me había penetrado hasta lo profundo del alma. Quizá como un mecanismo de autodefensa para poder soportar lo que allí estuve viendo y lo que es peor, imaginando.
Sin embargo, la visita al Yad Vashem tuvo la consecuencia de, por fin, tocarme el corazón y conmoverme hasta los cimientos de mi ser. Porque comprendí que no sólo se trataba de racionalizar lo que pudo suponer para un pueblo como el judío de la primera mitad del siglo XX (18 millones de personas repartidas por todo el mundo), el perder a 6 millones de sus hermanos, primos, padres, hijos o familiares en esas condiciones. No se trataba incluso de racionalizar el trauma colectivo que supuso este hecho, el sentimiento de abandono y de inseguridad que todos los miembros de este pueblo nunca dejarán de sentir mientras exista memoria de lo ocurrido. Porque, como dijo Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz y sobreviviente de Auschwitz “no todas las víctimas eran judías, pero sí todos los judíos fueron víctimas”.
Se trataba, sencillamente, de asimilar un hecho dramático. Comprender que la Shoá ocurrió en un mundo muy similar al nuestro. Quiero decir, que existían democracias como regímenes politicos, los valores transmitidos de padres a hijos eran similares a los que hoy se transmiten, en las calles la gente circulaba, reía, lloraba y hablaba como podemos hacerlo cualquiera de nosotros. Sus grandezas y sus miserias eran semejantes a las que todos tenemos hoy, cada día. Sin embargo, en ese mundo tan similar al nuestro, se produjo la enormidad de la Shoá. Comprender esto es lo que verdaderamente me impactó, me conmovió. No podemos dejar que vuelva a ocurrir jamás algo como esto. NUNCA.