La ciudad de México es un lugar que, sin duda, merece la pena visitar. No sólo por la cantidad inmumerable de sensaciones que provoca toda gran ciudad. Es que, también el marco natural en el que se encuentra resulta espectacuar. Se trata de un valle completamente rodeado por volcanes. Uno de estos volcanes se llama Popocatépetl. Su cima siempre está cubierta de nieve y es el único que sigue activo. De vez en cuando hay erupciones de humo y cenizas, de hecho, Popocatépetl, en el idioma azteca significa algo así como «monte humeante». Al lado del Popocatépetl se encuentra otro volcán cuyo perfil se asemeja a una mujer acostada cubierta de una sábana blanca. Este volcán se llama Ixtaccíhuatl, lo que significa «mujer dormida».
Semejante vista de postal es difícil de olvidar una vez se ha estado allí. De hecho, las camisetas que la retrataban se vendían como rosquillas entre la multitud de turistas hambrientos de souvenirs.
Antes de la llegada de los Españoles, vivían en México diferentes pueblos, entre ellos los Aztecas y los Tlaxcaltecas. El gran emperador de los Aztecas resultaba, prácticamente, omnipotente; todas las tribus del valle de México y de los territorios vecinos tenían la obligación de pagarle tributos. Sin embargo, y como suele pasar, los pueblos no están demasiado contentos. Es lo que tenía estar entregando hombres y riquezas a sus opresores…
Es por eso por lo que no tarda demasiado en aparecer en escena el cacique de Tlaxcala. Un buen día decide que ha llegado el momento de libertar a su pueblo de la dominación azteca y empieza una guerra terrible entre Aztecas y Tlaxcaltecas.
Hasta aquí llegan los hechos más o menos históricos. En este momento añadiremos los elementos propios de la leyenda azteca. Tenemos, por un lado, a la princesa Ixtaccíhuatl, de juvenil belleza, hija del cacique de Tlaxcala. Por otro lado está Popocatépetl, uno de los principales guerreros de su pueblo, quien le profesa amor callado. Antes de salir a la guerra, Popocatépetl comete la imprudencia de pedirle al padre de Ixtaccíhuatl la mano de ésta, si triunfa. En contra de todo pronóstico, el cacique de Tlaxcala se la promete.
Popocatépetl, que para algo es el héroe de la leyenda, vence en todos los combates. Sin embargo, a su regreso triunfal a Tlaxcala, el cacique sale a su encuentro con noticias más bien malas: Ixtaccíhuatl había muerto. Popocatépetl, ofuscado, toma en sus brazos el cadáver de Ixtaccíhuatl y empieza a subir montañas, cargando el cuerpo amado.
Al llegar cerca del cielo, la tiende en la cumbre y se arrodilla junto a ella con una antorcha humeante en las manos. La nieve cubre sus cuerpos, formando los gigantescos volcanes que hasta hoy presiden el valle de México D.F.