Henrietta Lacks murió en octubre de 1951, sólo 8 meses después de buscar ayuda en el Hopkins Hosìtal. Sin embargo, sus células siguen viviendo y multiplicándose por millones.
Pero, no todo iba a ser un camino de rosas. Las células de Henrietta habían viajado a través del aire, en las manos, o en las puntas de pipetas, consiguiendo invadir todo tipo de cultivos celulares. Y los investigadores no tenían ni idea. No había manera de saber cuales eran las células que crecían en la placa de Petri. Y no había ninguna definición universalmente aceptada para la identidad de una célula. Para aceptar o rechazar la teoría de que las células HeLa habían contaminado sus cultivos, los investigadores querían más pruebas. Hacía falta información detallada sobre la fuente de las células. Pero sólo sabían sobre Henrietta: que ella era negra, que era una mujer, y que estaba muerta.
Por otro lado, David Lacks y sus hijos no tenían la menor idea de lo que estaba sucediendo. En una casa de ladrillo marrón de dos pisos en Baltimore, Barbara Lacks, la esposa del hijo mayor de Henrietta, se sentó a cenar con una amiga. Las dos mujeres habían sido amigas durante años, y Barbara iba a conocer al cuñado de su amiga. Se reunieron alrededor de la mesa de caoba, rodeada de plantas y bajo una luz suave. Jackson, el cuñado de su amiga, miró al otro lado de la mesa a Barbara.
«Su nombre me resulta tremendamente familiar.» Jackson era un científico que había pasado varios días en un laboratorio de Washington. «Creo que sé lo que es… he estado trabajando con algunas células en mi laboratorio, que son de una mujer llamada Henrietta Lacks. ¿Es usted pariente?»
«Es… es mi suegra» susurró Barbara, moviendo la cabeza. «Ella murió hace casi 25 años, ¿qué quiere decir con que ha estado trabajando con sus células?» Jackson le explicó que las células habían estado vivas desde la muerte de Henrietta y estaban por todo el mundo. En realidad, en ese momento, se trataba de células patrón de referencia (pocos científicos moleculares no habían trabajado con ellas) Barbara se excusó, dándole las gracias, prometiéndole que estaría en contacto, y corrió a su casa a decirle a su marido lo que había oído. Las células de su madre estaban vivas. Barbara simplemente no podía comprender. Pero, puesto que nadie había llamado en las dos décadas que habían pasado desde la muerte de Henrietta, en lugar de seguir haciéndose preguntas, tomó el teléfono y llamó al Hopkins Hospital. Y lo hicieron en un momento oportuno. Las células de Henrietta, habían crecido fuera de control. Y los científicos pensaban que sus parientes eran los únicos que podrían ayudar.
El marido de Henrietta recibía una llamada desde el hospital, aunque todo lo que pudo entender fue: «Tenemos a su mujer, que está viva en un laboratorio, hemos estado haciendo investigaciónes con ella durante los últimos 25 años». La única «cell» (que en inglés se traduce como «celda» y como «célula») de la que él había oído hablar era la carcelaria, y él, literalmente, pensó: «Bien, entonces, ¿tienen restos de mi mujer en una celda?». La noticia dejó a la familia Lacks confundida… y asustada.
Pronto, una enfermera conocida de Barbara, reunía a la familia en la mesa del comedor con las agujas y los tubos de sangre, lista par la recopilación de muestras de los Lacks. A partir de estas donaciones, los investigadores encontrarían información precisa acerca de Henrietta (como su tipo de sangre) que podrían utilizar en sus estudios celulares. En efecto. Se demostró la contaminación de miles de cultivos celulares por HeLa.
Desde el desarrollo de las células HeLa, ha habido una explosión de intereses científicos y comerciales en la utilización de tejidos humanos con fines de investigación. Lo sorprendente es que aquí estamos, casi 50 años después, con la capacidad para desarrollar productos comerciales a partir de tejidos humanos, y todavía no hemos descubierto la manera decontrolarlos. No podemos comprar y vender órganos, eso es ilegal. Pero podemos vender la sangre. Podemos vender los óvulos y el esperma humano. Pero no podemos vender un riñón. Y al parecer, yo no podría vender mis células, sólo donarlas. Por lo tanto, no hay nada muy claro, y hay un montón de preocupaciones sobre poner precio al cuerpo humano.
En términos de consentimiento informado, la historia de la familia Lacks es un triste testimonio de la forma de pensar de la comunidad de investigación médica en la década de 1950. Pero no era en absoluto infrecuente que los médicos realizasen investigaciones de los pacientes sin su conocimiento o consentimiento. En el mismo instante en el que Henrietta entró por las puertas del Hopkins Hospital, nació el campo de la ética médica, y con ella vinieron los reglamentos acerca del consentimiento informado. Los pacientes ahora tienen una promesa legal de que ningún médico tomará muestras sin autorización.
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