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Archive for the ‘Medicina’ Category

Ya se sabe que los tiempos que corren, sudan. Y por ello, […] nos hemos sumado al carro de la crisis.

Para empezar llevaremos a cabo reformas estructurales que reduzcan duplicidades innecesarias: con un pulmón tenemos más que de sobra para salir del paso. Es bien conocido que en tiempos de bonanza metabólica quien más y quien menos respiró por encima de sus posibilidades. El resultado es que ahora no hay oxígeno para todos, de modo que la única vía que nos queda es la toracotomía abierta. Estos ajustes serán temporales, digamos de pocos minutos, hasta que el encéfalo diga 3,14 de forma indefinida. Confiamos en que sea todo un éxitus.

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Nos vemos tristemente obligados a adoptar estas medidas. Creemos firmemente que respirar ha sido maravilloso, pero es totalmente insostenible que lo todos lo hagamos a la vez.

Extracto de «Alveolo: revista de estudiantes de medicina. Abril 2012»

(Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Cualquier parecido con un dragón de colores es LSD)

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Por fin hemos acabado esa fatídica época de exámenes. Esa que, prácticamente, nos roba un par de meses de nuestras vidas. Ahora somos libres… ¿o no?

Esta mañana y sin despertador, me he levantado a las 7 de la mañana. Creo que mi cerebro intentaba decirme algo. Supongo que lo mejor que podía hacer era vestirme e ir a la biblioteca a devolver un par de libros. Así que, sin exámenes, y sin obligaciones, voy y me dirijo a la biblioteca. Creo que mi cerebro seguía intentando decirme algo.

Y es que no se puede negar. Es un cambio muy brusco para un cerebro común y corriente el pasar de exámenes a «vida normal». Porque en exámenes tu concepción del mundo varía totalmente. El otro día, sin ir más lejos, fuimos al Mercadona frente a la facultad para comprar algo de Burn (bueno, más bien una marca genérica del producto que podamos pagar con el poder adquisitivo estudiantil). Y en el momento de llegar a la caja, vemos la cola. Comentario:

– Yo creo que esta cola es, como mínimo, de setenta carillas de patología.

Así, sin anestesia y sin nada. ¡El tiempo pasa a medirse en carillas de folios de apuntes! Superada la cola, que posiblemente nos tomó más de noventa carillas, regresamos a la biblioteca. Lo cierto es que, siendo como era después de comer, lo normal era que nos apeteciese una siesta. Uno de esos hábitos que no practicas en todo el curso y que nunca has echado de menos… hasta que han empezado los exámenes. Sin embargo, haces de tripas corazón, y regresas a tu sitio en la biblioteca.

Porque has tenido que despertarte a las 7 de la mañana para poder dejar tus apuntes en la mesa. Reclamando, cual Edmund Hillary al subir por primera vez al Everest: «Cuidadito, que yo llegué primero». No he hecho los cálculos exactos, pero la proporción estudiantes de la Universidad de Granada frente a sitios en la biblioteca, debe rondar el 1000:1 aprox.

Total, que estoicamente sentada, recién comida, a las tres de la tarde y sin siesta, decides abrir tu Burn (genérico). Sin embargo, cuando rondas el último examen, tu organismo ha generado tal tolerancia a la cafeína + taurina, que cuando te acabas los tristes 20 cl de lata, descubres que estás exactamente igual: añorando una siesta. Y es que, hay que rendirse a la evidencia: después de dos meses, tu cerebro ve el Burn y se ríe. Algo completamente opuesto ocurre con el alcohol. Has perdido toda resistencia. Después de dos meses sin probar la cerveza, la más inocente caña te hace tambalearte por las esquinas, como si hubieses ido a la fiesta más salvaje de la ciudad.

Así que, ya veis. Ahora que hemos acabado la época de exámenes nos queda uno de los retos más complejos: volver a tener una «vida normal».

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Montón de cosas están pasando en Cataluña. Por ejemplo, ayer se sabía que la eugenesia es un hecho en Barcelona. Ya ha nacido el primer bebé libre del gen que predispone a heredar el cáncer de mama.

Y por si fuera poco, se han detectado 18 casos de ablación de clítoris en Lérida en los últimos 4 años. Todavía estamos esperando la invasión de una mezquita por unas cuantas feministas valientes en pelotas, en respuesta a la noticia.

Sin embargo, nada de lo anterior preocupa a los obispos catalanes. Lo que realmente les preocupa son «los rasgos nacionales propios de Cataluña». Al tiempo que comparan a los españoles con marroquíes o paquistaníes. Vamos, que solo les ha faltado decir que Jesus y los doce apostoles tomaron una ultima cena a base de pa amb tomaquet, y que Poncio Pilatos era un centralista.

Si Cataluña tiene rasgos nacionales, ¿qué no tendrán Asturias, Castilla, León, Navarra, Aragón o Granada? Los que sí fuimos reinos, vamos. Lo siento por los nacionalistas, pero Cataluña nunca ha sido ni reino ni nación. Los hechos son testarudos.

Que los obispos de las provincias catalanas escriban una pastoral hablando de política es tan pertinente como que el Colegio de Odontólogos mande una circular proponiendo aumentar a nueve el número de sacramentos. ¿Pero esta gente quién se piensa que es?

Pero no os preocupéis, que de aquí a 20 años España será musulmana. No en vano hemos quitado la religión católica de nuestros planes de estudios para enseñar Islam. Así que nada, ya vendrán los Hermanos Musulmanes a poner orden. Al-Andalus de norte a sur y ablación para todas.

Ilustrísimas ¿por qué no pedís la independencia claramente? Así mis impuestos de español al marcar la casilla de la iglesia, no pagan curas catalanes. Probablemente estas declaraciones tendran una contraprestacion economica nacionalista o quizá la buscan. Una clara labor evangelizadora con estos comentarios, si señores, así se hace, a eso se deben dedicar los obispos.

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Nuestro gobierno es bueno. No sólo nos quita el tabaco, sino que, encima, nos trae médicos. Tanto es el interés que tienen en nuestra salud que el Ministerio de Sanidad alteró las pruebas del MIR para colar a médicos extranjeros sin convalidación. Un puñado de dominicanos llegados a España entre 2008 y 2010 ejercen como facultativos sin poseer la titulación de Medicina Familiar Comunitaria. Tampoco presentaron su título universitario extranjero para ser homologado por el Ministerio de Educación español, como exige la ley.

Supongamos que eres español. Si quieres ser médico en este país tienes que sacar una nota media de selectividad de 9 para acceder a la licenciatura. A esto le siguen seis años de inacabable carrera. Luego deberás hacer el correspondiente concurso-oposición (MIR). En el extranjero y dependiendo del país el acceso a la licenciatura y la especialidad puede ser mucho más fácil, para empezar en muchos casos se accede a la especialidad sin oposición, simplemente por el expediente académico. Esa especialidad puede durar 1 año en algunos casos como en Rusia. En España las especialidades duran entre cuatro y seis años.

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Las clases de microbiología y parasitología dan mucho de sí. Lo bueno, es que se aprenden cosas, como, por ejemplo el caso que me ha llevado a escribir este post, que a mi me pareció curioso. Pero vayamos por pasos.

Tutankamón fue un faraón de la XVIII dinastía en Egipto. Que fallece con tan solo 19 años de edad. Su reinado sólo duró 10 años. Su tumba se encuentra en el Valle de los Reyes en Egipto. Y estuvo esperando la friolera de más de 3000 años hasta ser descubierta por Howard Carter un egiptólogo inglés con la ayuda económica de Lord Carnarvon. Y cuando fue abierta, lo primero que se pensó fue: «¡está maldita!» ¿Qué le vamos a hacer? Esta era la leyenda que se contaba de todas y cada una de las tumbas faraónicas.

Sea verdad o no, Lord Carnarvon muere sólo 5 meses después del hallazgo de la tumba a causa de una infección generalizada. Curiosamente, la muerte de Carnavon coincidió con un apagón general en El Cairo, y fue seguida por el fallecimiento de su hermanastro, de su enfermera, de uno de los médicos que radiografió la momia del faraón y de un millonario estadounidense que había visitado la tumba. Et voilá! Ya tenemos todos los ingredientes para que la prensa especule con «la maldición». Pero es que, después de esta muerte, vinieron muchas otras. Hasta la fecha se le han adjudicado más de 30 muertes a la maldición. Yo os pregunto… ¿estamos dispuestos a aceptar la maldición como una explicación razonable de estas muertes?

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Dado que hoy es día de Todos los Santos (que no de Halloween), no he podido evitar traer al blog un poco de medicina acorde a la festividad. Y es que, ¿qué mejor día que hoy para echar una ojeada a un miembro de la realeza y a la raza vampírica? Porque, no sé si alguna vez os habéis preguntado a qué deben los vampiros sus poderes y debilidades. ¿Puede este ser mitológico, de la obra de Bram Stoker, tener alguna base en la realidad? ¿Hay alguna conexión entre lo que sabemos acerca de los sistemas biológicos y el vampirismo? La respuesta es sí, basta con desempolvar un poco los apuntes de bioquímica.

Existe una rara clase de enfermedades genéticas conocidas como porfirias. Explicado en lenguaje simple, consisten en un defecto en las enzimas que producen los grupos hemo. El grupo hemo es el encargado de atrapar el oxígeno dentro de los glóbulos rojos. Pero es que, además, todos los componentes del grupo hemo, se acumulan en cualquier parte: en los glóbulos rojos, en los fluídos corporales, o en el hígado. Como un niño que, cansado de intentar construir su figura de Lego, tirase todas las piezas por la habitación.

Algunas veces, esta enfermedad es asintomática. La mayoría de los afectados son heterozigotos y cuentan con una copia del gen sano. Sin embargo, otras veces, factores ambientales o nutricionales, pueden llevar a que se produzcan ataques agudos de dolor abdominal y afectaciones neurológicas. El rey Jorge III, monarca británico durante la guerra de la independencia americana, sufrió varios ataques de aparente locura que perjudicaron la imagen de un hombre, por lo demás, inteligente y sensato. Los síntomas parecen apuntar a que Jorge III sufría porfiria intermitente aguda.

Pero existe otra variedad de porfiria, extremadamente infrecuente, que da lugar a la acumulación de una sustancia previa al grupo hemo. Una particular ficha de nuestro Lego, que tiñe la orina de rojo, provoca una fuerte fluorescencia de los dientes bajo la luz ultravioleta y hace que la piel sea anormalmente sensible a la luz. ¿Nos resulta familiar alguna de estas características?

Pero es que, además, como hemos dicho anteriormente, el grupo hemo era el que atrapaba el oxígeno dentro de los glóbulos rojos. Estos enfermos, por lo tanto, tienen anemia, que significa «falta de sangre.» Sin la producción del grupo hemo, la cantidad de glóbulos rojos se reduce. Y se demostró, que cuando recibían transfusiones sanguíneas de individuos sanos, mejoraban notablemente. ¿Os parece raro, entonces, ese gusto por la sangre ajena? Esta dolencia, sin duda, parece haber originado el popular mito de los vampiros.

Los síntomas de la mayoría de las porfirias son hoy en día fácilmente controlables mediante cambios en la dieta o la administración de hemo o de hemoderivados.

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Henrietta Lacks murió en octubre de 1951, sólo 8 meses después de buscar ayuda en el Hopkins Hosìtal. Sin embargo, sus células siguen viviendo y multiplicándose por millones.

Pero, no todo iba a ser un camino de rosas. Las células de Henrietta habían viajado a través del aire, en las manos, o en las puntas de pipetas, consiguiendo invadir todo tipo de cultivos celulares. Y los investigadores no tenían ni idea. No había manera de saber cuales eran las células que crecían en la placa de Petri. Y no había ninguna definición universalmente aceptada para la identidad de una célula. Para aceptar o rechazar la teoría de que las células HeLa habían contaminado sus cultivos, los investigadores querían más pruebas. Hacía falta información detallada sobre la fuente de las células. Pero sólo sabían sobre Henrietta: que ella era negra, que era una mujer, y que estaba muerta.

Por otro lado, David Lacks y sus hijos no tenían la menor idea de lo que estaba sucediendo. En una casa de ladrillo marrón de dos pisos en Baltimore, Barbara Lacks, la esposa del hijo mayor de Henrietta, se sentó a cenar con una amiga. Las dos mujeres habían sido amigas durante años, y Barbara iba a conocer al cuñado de su amiga. Se reunieron alrededor de la mesa de caoba, rodeada de plantas y bajo una luz suave. Jackson, el cuñado de su amiga, miró al otro lado de la mesa a Barbara.

«Su nombre me resulta tremendamente familiar.» Jackson era un científico que había pasado varios días en un laboratorio de Washington. «Creo que sé lo que es… he estado trabajando con algunas células en mi laboratorio, que son de una mujer llamada Henrietta Lacks. ¿Es usted pariente?»

«Es… es mi suegra» susurró Barbara, moviendo la cabeza. «Ella murió hace casi 25 años, ¿qué quiere decir con que ha estado trabajando con sus células?» Jackson le explicó que las células habían estado vivas desde la muerte de Henrietta y estaban por todo el mundo. En realidad, en ese momento, se trataba de células patrón de referencia (pocos científicos moleculares no habían trabajado con ellas) Barbara se excusó, dándole las gracias, prometiéndole que estaría en contacto, y corrió a su casa a decirle a su marido lo que había oído. Las células de su madre estaban vivas. Barbara simplemente no podía comprender. Pero, puesto que nadie había llamado en las dos décadas que habían pasado desde la muerte de Henrietta, en lugar de seguir haciéndose preguntas, tomó el teléfono y llamó al Hopkins Hospital. Y lo hicieron en un momento oportuno. Las células de Henrietta, habían crecido fuera de control. Y los científicos pensaban que sus parientes eran los únicos que podrían ayudar.

El marido de Henrietta recibía una llamada desde el hospital, aunque todo lo que pudo entender fue: «Tenemos a su mujer, que está viva en un laboratorio, hemos estado haciendo investigaciónes con ella durante los últimos 25 años». La única «cell» (que en inglés se traduce como «celda» y como «célula») de la que él había oído hablar era la carcelaria, y él, literalmente, pensó: «Bien, entonces, ¿tienen restos de mi mujer en una celda?». La noticia dejó a la familia Lacks confundida… y asustada.

Pronto, una enfermera conocida de Barbara, reunía a la familia en la mesa del comedor con las agujas y los tubos de sangre, lista par la recopilación de muestras de los Lacks. A partir de estas donaciones, los investigadores encontrarían información precisa acerca de Henrietta (como su tipo de sangre) que podrían utilizar en sus estudios celulares. En efecto. Se demostró la contaminación de miles de cultivos celulares por HeLa.

Desde el desarrollo de las células HeLa, ha habido una explosión de intereses científicos y comerciales en la utilización de tejidos humanos con fines de investigación. Lo sorprendente es que aquí estamos, casi 50 años después, con la capacidad para desarrollar productos comerciales a partir de tejidos humanos, y todavía no hemos descubierto la manera decontrolarlos. No podemos comprar y vender órganos, eso es ilegal. Pero podemos vender la sangre. Podemos vender los óvulos y el esperma humano. Pero no podemos vender un riñón. Y al parecer, yo no podría vender mis células, sólo donarlas. Por lo tanto, no hay nada muy claro, y hay un montón de preocupaciones sobre poner precio al cuerpo humano.

En términos de consentimiento informado, la historia de la familia Lacks es un triste testimonio de la forma de pensar de la comunidad de investigación médica en la década de 1950. Pero no era en absoluto infrecuente que los médicos realizasen investigaciones de los pacientes sin su conocimiento o consentimiento. En el mismo instante en el que Henrietta entró por las puertas del Hopkins Hospital, nació el campo de la ética médica, y con ella vinieron los reglamentos acerca del consentimiento informado. Los pacientes ahora tienen una promesa legal de que ningún médico tomará muestras sin autorización.

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Cuando extraemos las células del cuerpo humano y las ponemos en un cultivo celular, se debilitan y mueren rápidamente. Normalmente no llegan a superar las 50 divisiones. Sin una estructura de apoyo: un corazón, sangre que circule, o un sistema digestivo, las células no logran sobrevivir. Hay, sin embargo, un ser humano que es biológicamente inmortal, y se llama Henrietta Lacks.

Pero… ¿por qué? ¿qué hacía especiales a las células de Henrietta Lacks? Sabemos que, mecánicamente, las células HeLa pueden sobrevivir porque no tienen un enzima que degenera los extremos de sus cromosomas. Con esa enzimaa las células no sólo no envejecen, es que, incluso, no mueren. Pero ¿por qué sus células no mueren y todas las demás sí? Es todavía un misterio.

En pequeños tubos metidos en recipientes de espuma, con las instrucciones de cuidado y de alimentación, envíos de las células de Henrietta salen de los laboratorios de Gey a colegas de todo el mundo. A Minnesota, a Nueva York, a Chile, a Rusia… La lista es interminable. Los investigadores se maravillan ante las dotes de HeLa para crecer. Y aunque Henrietta nunca viajó más allá de Baltimore, sus células llenaban en los tubos de ensayo desde Estados Unidos a Japón y se propagan en una nave espacial muy por encima de la Tierra.

A día de hoy, las células HeLa (combinación de las dos primeras letras de «Henrietta» y «Lacks») son una piedra angular de la medicina moderna. Se han usado en cientos y miles de estudios. Se emplearon para probar la vacuna contra la polio, de manera que pudiera ser aprobada para su uso en personas. Viajaron en misiones espaciales para poder ver lo que sucedería a las células humanas en gravedad cero. Fueron las primeras células en ser clonadas. Se han utilizado para crear algunos de nuestros fármacos contra el cáncer… A los 25 años de la muerte de Henrietta, sus células todavía viven. Hoy, existen tantas de ellas, que si se amontonasen, llegarían a pesar 50 millones de toneladas. Eso es, 150 edificios Empire State.

Tomó tres décadas que Gey tuviera éxito en crear una línea de células humanas. Sin embargo, después, se convirtió en un cultivo de células increíblemente fácil. Los investigadores cultivaron muestras de tejido de su propio cuerpo y los cuerpos de sus familias y los pacientes. La mayoría de los cultivos crecieron con éxito. Aparecían problemas durante las primeras semanas o meses, pero luego, de repente, florecían. Las muestras se desarrollaban en líneas de células sanas en toda regla, sospechosamente, con la fuerza de la célula HeLa.

En 1974, un investigador con el nombre de Walter Nelson-Rees comenzó lo que todos llamaban un rumor desagradable: las células HeLa, según él, se habían infiltrado en los cultivos celulares de todo el mundo. Nadie quería creerlo. Durante casi tres décadas los investigadores habían hecho experimentos complejos en lo que ellos pensaban que eran células de un seno, células de la próstata, o células de la placenta, y de repente, se rumoreaba que habían estado trabajando con células HeLa todo el tiempo. Creer esto sería creer que los años de trabajo y millones de dólares, habían sido en vano.

Poco antes de su muerte, Walter Nelson-Rees, que dedicó su carrera a contener la propagación de las células HeLa, se sentó en una silla pequeña frente a una cámara de televisión. Se inclinó hacia adelante, alzó los brazos, y le dijo: «HeLa vivirá para siempre.» Y luego hizo una pausa, mirando con nostalgia hacia adelante. Desde todas partes, con las uñas recién pintadas y rulos en el pelo, nos observa, la mujer inmortal.

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Día 1 de febrero de 1951. Al amparo de un árbol solitario, David Lacks miraba por la ventanilla de su coche aparcado. Observaba caer la lluvia junto a sus cinco hijos. Tres de ellos aún estaban en pañales. Estaba sentado fuera del Hopkins Hospital, en espera de Henrietta, quien, unos días antes, había encontrado sangre manchando su ropa interior. Ahora, Howard Jones, un médico del Hopkins, acababa de encontrar un tumor de tonos berenjena brillantes en el cuello del útero de Henrietta. Tocó su superficie, sorprendido por su textura flexible, y Henrietta comenzó a sangrar. Jones cortó cuidadosamente una sección de su tumor, lo envió al laboratorio para el diagnóstico, y recomendó a Henrietta que se fuera a casa con su familia. Luego llegó la noticia: el tumor era maligno.

Henrietta regresó al Hopkins Hospital ocho días después. Mientras David y los niños esperaban bajo el árbol, los médicos radiaban su cuello de útero, en un intento de matar el cáncer. Pero antes de aplicar el primer tratamiento, un joven residente tomó una muestra más. Éste fue a George Gey, jefe de la investigación de cultivo de tejidos en el Hopkins Hospital. Él estaba buscando una herramienta para el estudio del cáncer: una línea de células humanas que viviera indefinidamente fuera del cuerpo. Si lo lograban, podrían observar y probar las células de forma que nunca se podría en los seres humanos.

Con el tiempo, podría descubrir la cura para el cáncer. Estaba seguro de ello. Después de dos décadas de fracaso en los intentos de su laboratorio, Gey vuelca su atención en las células del cuello uterino, quería todas las células cancerosas que pudieran conseguir. El día que Gey puso sus manos sobre las células de Henrietta, todo cambió. Para el propio Gey, para los Lacks, y, finalmente, para la medicina.

Las células de Henrietta se estaban multiplicando como nunca nadie había visto jamás. Invadiendo los lados de los tubos de ensayo, y consumiendo el medio que las rodea. En sólo 24 horas, las células del tubo de ensayo habían ¡duplicado su número! Pero las células del tumor de Henrietta tomaban posesión de su cuerpo tan rápidamente como de los tubos de ensayo. En cuestión de meses, diversos tumores aparecieron en casi todos sus órganos. Henrietta gimió desde su cama, rogando al Señor su ayuda. El día de su muerte, un 4 de octubre 1951, George Gey apareció en la televisión nacional con un vial de células de Henrietta. Las llamó células HeLa. Miró a la cámara de televisión, y dijo: «… iniciamos una senda de investigación en la que el cáncer puede ser totalmente eliminado.» Gey presentó a la nación sus esperanzas de curación del cáncer mientras que el cuerpo de Henrietta estaba en la morgue del Hopkins Hospital. Las uñas de sus pies brillaban con una nueva capa de esmalte color rojo. Y su familia no sabía nada de las células.

Al tiempo que un tren transportaba el ataúd de Henrietta hacia Virginia, sus células sorprendían a Gey con su fuerza. Se enterró a Henrietta en una tumba sin nombre frente al campo de tabaco de su familia, detrás de la casa donde nació su madre. Por ese terreno, paseaba libremente el ganado, borrando, con sus huellas el recuerdo de Henrietta. Sin embargo, la historia de esta mujer, acababa de empezar…

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Una cara.

Todos los cadáveres con los que hemos hecho prácticas llevan la cara cubierta con una gasa. Sin cara, sin rostro, anónimos. Hasta hoy. Hoy, por primera vez he visto esa cara. Hoy he asistido a mi primera autopsia.

Los familiares se arremolinan en la puerta del Instituto Anatómico Forense. Tras pasar delante suya, con la bata en la mano, entro al pasillo de la sala de autopsias. Un ataúd se encuentra preparado en la puerta, abierto. El cadáver descansa sobre la mesa de autopsias, cubierto por una manta.

El forense empieza a destapar el cuerpo. En ese preciso instante, se me para el corazón. Veo sus pies, sus piernas, sus muslos… ¡Madre mía! Cualquiera puede estar bajo esa manta. El tiempo se me antoja el más lento de toda mi vida. Se reproducen, en mi cabeza, los rostros de las personas que más me importan.

Por fin lo veo. Un rostro desconocido. El rostro, el rostro de la muerte. No puedo evitar mirar esa cara fijamente. Un cuerpo, con una vida, con una familia esperando en la puerta. ¿Cuantas manos habrán acariciado ese rostro? ¿cuantos labios habrán besado esos labios? ¿cuántas cosas han visto esos ojos? Tengo un rostro tan vivo, tan cercano, frente a mí, que pienso que en cualquier momento va a pestañear. No llego a hacerme a la idea de que ese cuerpo desnudo delante de mi, está muerto.

Admiro cada detalle: las manos, las piernas, busco cada lunar, cada cicatriz de ese cuerpo. No puedo evitar sentir una profunda desolación. Me imagino a mí misma tumbada en esa mesa. Tomo conciencia de como la vida se escapa en un suspiro. Para acabar en una mesa de autopsias. Siento que se me enfría el rostro. Como si no me llegase la sangre. Soy consciente de que debo estar palideciendo y de que, probablemente, me desmaye. Rápidamente, cojo el informe médico, y me pongo a leerlo completo, con inusual interés. Necesito apartar la vista.

Afortunadamente, no tardamos mucho en comenzar con el protocolo. Abrimos la bóveda craneal, cortamos las meninges… me pierdo en infinidad de detalles médicos. Empiezo a disfrutar de la anatomía. Un cadaver auténticamente de libro. Todas las secciones de mi atlas se suceden delante de mis ojos. Me atrevo a lanzar varias hipótesis sobre patologías al forense. Sonríe y responde a mis dudas. No pierdo detalle. Hígado, corazón, pulmones, páncreas… todo perfectamente colocado, todo con su color real. Todo detenido en el tiempo. Mi malestar inicial ha pasado.

No es hasta que volvemos a coser que vuelvo a tomar conciencia de que tengo un cuerpo frente a mí. Una historia, una vida, una persona. Alguien le ha cerrado los ojos. Y descansa. Como si nunca lo hubiésemos abierto. Un rostro sereno, tranquilo, que dice «ya se ha acabado». Cuando salgo de la sala de autopsias vuelvo a ver el ataúd. Vuelvo a ver a la familia. Me pierdo de nuevo en informes médicos: causa fundamental de la muerte, causa inmediata de la muerte…

Vuelvo a casa. Con cada escena grabada en mi cabeza. A fuego. Anatómicamente, una experiencia enriquecedora. Personalmente, más.

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