Mi erasmus en Italia no puede calificarse de otra forma que de aventura. Creo que, en todos los años que he estudiado en Granada, no me han pasado tantas cosas, tantos altibajos como los que he vivido en los diez meses que pasé en Pisa.
Noticia: los paisajes verde Titanlux de la Toscana no son casuales, los respaldan meses y meses de lluvias sin fin.
Dicho esto, empecemos por el principio. En el ecosistema italiano existe una especie especial y autóctona que no se encuentra en ninguna otra región del mundo: los caseros. Los erasmus los describen como «ese ser al que, cuando crees haber timado, te ha timado él a ti tres veces». Y puedo decir sin miedo a equivocarme, que ningún erasmus llega al país de los spaghettis preparado para lo que se encontrará allí. Así pues, me propuse a emprender la más surrealista de las incursiones en la cultura italiana: la búsqueda de un piso.
A este punto, más de uno de mis colegas erasmus hizo sus maletas y volvió al sol de la amada España. Algunos valientes quedamos allí, dispuestos a todo (bueno, casi) por encontrar un lugar habitable.
Para resumir me referiré a un par de términos comunes en la búsqueda de casa. «Vicinissimo» es cualquier distancia que el ser humano pueda recorrer a pie en una hora; «ristrutturato» quiere decir que te van a alquilar la casa mientras le hacen las obras y «4:1» es la proporción inquilinos:baños que entra en los cánones de comodidad estudiantil italiana. Así las cosas alquilé una pequeña habitación en el centro de Pisa en un piso a compartir con tres chicas más donde sobreviví a meses de relámpagos, lluvia, truenos y días en los que parecería que el cielo caería sobre nuestras cabezas.
Con el tiempo descubrí que las paredes de mi habitación estaban hechas con unos tablones de madera, que un simple estornudo de mi compañera de casa retumbaba en mi cuarto, o que la luz del pasillo y de la habitación de mi compañera entraba por encima de la pared. Eso sin olvidar que pagaba bastantes euros de alquiler más que ella. En resumen, que mi estimadísimo «casero italiano» me estaba timando de lo lindo.
Valientemente (no se me ocurre otro adjetivo) negocié otra casa a la que mudarme. Parecía estupenda. Tenía salón, impensable en Italia. Hice mi mudanza. Apenas llevaba allí viviendo un par de días descubrí una gotera en el techo. No una pequeña gotera… no, aquello semejaba las Cataratas del Niágara. Llamé airada al nuevo casero. «No, no te puedes quedar ahí». «Arreglaré el problema y te llamaré cuando puedas volver».
Total, que maletas a cuestas decidí volver a la habitación de los tablones. Cuando llego y toco a la puerta, descubro ¡que en mi habitación ya estaba viviendo una sueca! ¿En serio?
Situación: lluvia, truenos, relámpagos + niña sin casa. Creo que nunca en mi vida estuve más cerca de dormir debajo de un puente. Circunstancia que, oportunamente, coincidió con mis primeros exámenes en Pisa.
Sin embargo, y a pesar de todo, la conclusión es positiva. Tenía unos amigos que me dejaron quedarme en su casa casi un mes mientras encontraba un nuevo alquiler. Gente altruista, que no pidió nada a cambio. Aquellos cuya hospitalidad, en el peor momento, el dinero no puede pagar. Nunca me quedé en la calle porque gente a la que apenas conocía de unos meses, se ocupó de mi. Con ellos estudié mis primeros y durísimos exámenes en italiano, mientras nos preguntábamos, los unos a los otros, si los profesores habían sido generosos. Compartimos incontables cafés de 35 céntimos. Y empezamos a medir la vida en unidades del 0 al 30. Algunos exámenes se rindieron fácilmente, y fueron cayendo como fruta madura de un árbol. En otros, como en pediatría, hubo que ir a recoger el fruto a la copa de un pino (y más allá).
Llegó el verano y salió el sol. Y yo estaba en la maravillosa Toscana. Con «Igiene» dije adiós a mi última tarde de estudio en la biblioteca de Filosofía. Y a pesar de que mi erasmus se había acabado ya, quise quedarme allí un mes más.
Hice fiestas, me apunté a un equipo de fútbol, hice más deporte que nunca, cené, viajé y viví con italianos, e incluso tuve tiempo de enamorarme de alguno. Conocí amigos de esos que son para toda la vida. Y, desde el momento que cogí el avión de vuelta a casa, supe que dejaba un trozo de mí en aquella preciosa ciudad de torres que se tuercen y techos con goteras.
¡Que bonito recuerdo! Y si, rememoro aquel primer contacto con los inmuebles en la Toscana como una verdadera pesadilla. Pero también gracias a tus amigos y su hospitalidad, la cosa no terminó en desastre. Y pudiste, por fin, encontrar un piso precioso (con salón :P) que nos permitió volar a la Toscana varias veces. También sé que, parte de tu corazón, ya vivirá para siempre en esa fascinante región de Italia.
Querida amiga, he leido en la hoja de Arce de tus sufrimientos , quiero desearte una muy feliz Navidad y decirte que desde ahora estarás en mi corazon y en mi oracion, cada dia pongo en la patena a todos aquellosque sufris la prueba , Él no abandona a sus hijos y da la fuerza para superar la prueba. Por cierto bonito nombre «Swan». Cisne
Muchísimas gracias, Dimas, por tus oraciones y por tenerme un poquito en tu corazón. Es muy duro, sólo saber que Dios nunca nos abandona es lo que da fuerza para seguir. Como siempre me repito para que nunca pueda olvidarlo: «hágase en mí tu voluntad». Gracias de nuevo.