La Toscana esconde numerosos pueblecitos medievales en la cima de sus montañas. Están comunicados con combinaciones de autobuses y trenes que sólo pude descifrar gracias a mi compañero de piso.
Volterra es uno de ellos. Ya especial desde la ventanilla del autobús. En la oficina de turismo hay una chica guapísima que te enseña todo lo que hay que ver con una sonrisa y un mapa. Se puede comer en la plaza de armas a precio razonable mientras la televisión grita por encima de las voces de varios italianos que despotrican contra el gobierno.
Cada esquina de Volterra es como mirar hacia atrás en el tiempo. En invierno hace bastante frío. Y es entonces cuando te metes en el duomo para resguardarte. Es como una miniatura de duomo, mini duomo. Y rezas todo lo que sabes a pesar de que hace años que ni siquiera rezas, sólo para poder quedarte dentro un poco más.
Hay una plaza justo fuera de la muralla donde se coge el autobús de línea para volver. A las 18:30 pasa el último. Y entonces vas media hora antes para no perderlo. Y descubres una de esas cosas que, igual, si no te hubieran obligado a estar allí a esa hora, ni siquiera hubieras visto.
Poco a poco, las montañas completamente verdes se van oscureciendo. Y el sol va cantando una melodía de claroscuros mientras se pone detrás de los árboles de la parada del autobús.
Y cuando el conductor aparca en la plaza con puntualidad germana una pareja se besa en la puerta. Él se queda, ella se va. Se abrazan, se besan. Se abrazan y se besan… El conductor grita un «ya está bien» versión italiana y por fin te puedes montar en el autobús. Piensas en lo efímero del amor separado por una línea de tren, autobús o avión. Lo agridulce de querer a distancia.
Miras por última vez Volterra. Quiero volver a ver ese anochecer. Robar un beso de atardecer toscano.
Llevaba tiempo sin comentarte nada, pero ésta me ha gustado especialmente, también porque he visto algo por el «caralibro». ¿Qué te voy a decir? Que ya sabes lo que tienes que hacer, volver. Y no olvides que tienes dos maneras de hacerlo, una, cogiendo ese autobús y otra, simplemente cerrar los ojos y dejarte caer en la memoria para poder ver, una vez más, exactamente, esos colores, esas sombras…